Wednesday, March 10, 2010

Reprimí un estornudo fuerte y la hernia apareció. La sensación era de una tripa saliéndoseme por el lado derecho del pubis, poco dolor pero más ansiedad por el desconocimiento, hasta ese momento, de qué podría ser. Meses atrás mi hermana Fernanda había sufrido de una hernia inguinal, la consulté sobre su experiencia, investigué por mi cuenta y llegué a la conclusión de que yo padecía el mismo mal que mi hermana. No hay manera de curarla sin cirugía de por medio ¡cuchillo obligado!
Mi condición de desempleado limitaba mis opciones, podía ir a algún lugar privado de prestigio y gastar demoniales de dinero por una de las operaciones más practicadas en todo el mundo, o podía atender mi mal en el viejo Hospital Civil de Guadalajara que si bien no es gratis cobra poco y cuenta con un prestigio entre algunos de mis conocidos, 2 o 3 de ellos me ofrecieron "palancas" para tener acceso veloz a mejores doctores, decían. Opté por el viejo Hospital Civil, y rechazé las palancas, después de todo mi experiencia me dice que esas recomendaciones de segunda, tercera o cuarta mano suelen complicar las situaciones más que mejorarlas, quise ir al H. Civil como cualquier ciudadano de a pie, vivir la experiencia personalmente y corroborar el excelente servicio.

El día que saqué el tarjetón, pagué y me hicieron varias preguntas generales, una de ellas llamó mi atención: "¿Religión?"
Ninguna - contesté.
Por si alguien desconoce la actitud del típico trabajador administrativo de atención al público en general le platico cómo son. No saludan, tienen una jeta que no sonríe jamás, son inmunes a las buenas maneras, responden un "buenos días señorita" con un parco y seco "¿Qué se le ofrece?", cualquier pedimento de ayuda es respondido con desgano, y cuidado de no entender a la primera sus tingladas explicaciones sobre procedimientos a seguir porque se desesperaran y lanzarán su característica mirada de "¡¿qué no entiendes retrasado mental?!"

Me dieron cita para el médico general ése mismo día, esperé 4 horas y finalmente fue mi turno, diagnosticó la hernia en 5 segundos, le hice preguntas sobre riesgos y otras cuestiones de salud por unos 5 minutos más. Me indicó que debería ver a un cirujano general, seguí otro proceso para que me dieran cita de cirugía y allí estaba estampado en mi tarjetón la fecha y hora para ver al especialista 3 semanas después.

Se llegó la fecha de visitar al cirujano, esta vez la espera fue de 3 horas y media, era un doctor joven y serio lo cual me inspiró confianza, se llamaba Mario, no recuerdo el apellido, el diagnóstico fue también muy rápido, sin muchas palabras, mas al preguntar sobre los posibles riesgos el doctor fue claro y preciso, pensé -creo que sí sabe de lo que habla-. Como era esperado la solución sólo podía ser una hernioplastía, y antes era necesario cumplir con algunos requisitos:

*Donación de sangre por parte de algún familiar.
*Análisis de sangre.
*Pago por la cirugía.
*Valoración del departamento de anestesiología.

Semanas mas tardes también me pidieron:

*Adquirir una malla y un calzón suspensorio.

Ya cumplidos estos requisitos regresaría con el doctor para entonces, ahora sí, establecer una fecha en el calendario.

Mi hermana dió sangre y la rechazaron por exceso de hierro (había comido mucho betabel el día anterior), entonces mi papá la sustituyó en el papel de donador y su sangre fue aceptada.
Mis análisis de sangre salieron bien a excepción de mi, ya tradicional, nivel alto de lípidos, aunque ya a la baja por el bezafibrato recomendado por un doctor, que no conozco, por medio de Ana.
Sorpresa al pagar la cirugía, en alguno de los vericuetos de la burocrática tramitología del hospital me devolvieron el tarjetón de otro, por lo tanto al querer pagar con un tarjetón que no era el mio fui rechazado de forma atroz por la cajera, cuando le pedí sugerencias sobre qué hacer para resolver el problema vociferó -Yo no sé nada de eso ni debo saber. No es mi problema ni mi función-. El maltrato aparentemente injustificado me incitó a insistir respetuosamente, la chica me ignoró llanamente. Comprendí que no tenía caso seguir allí.
En una de las muchas ventanillas me dijeron que era casi imposible recuperar el tarjetón, que si alguien lo hubiera visto probablemente lo habría tirado a la basura de inmediato, pero que bueno, iba a ver si en una caja estaba, se fue ella a comer, la vi platicar con varias de sus compañeras de trabajo, después de hora y media se dio a la tarea de sacar la dichosa caja, en la cima de todos los tarjetones estaba el mio, un poco de proactividad me hubiera ahorrado mucho tiempo. No mostré mi insatisfacción, al contrario le mostré mi agradecimiento y me sonrió.

Pagué, fui citado para ver a un anestesiólogo días después. Asistí a la cita con dicho especialista, la cita fue una entrevista sobre condiciones médicas generales, pasadas y presentes medicaciones y condiciones preexistentes.

Mas adelante con todos los requisitos en mano recorrí los laberínticos pasillos del hospital en busca de mi cirujano, lo encontré y me dijo -te llamaremos en unas 3 semanas-, le expliqué que no estaría en la ciudad porque pasaría las vacaciones navideñas en el noroeste del país y el suroeste de Estados Unidos. Dijo que estaba bien y me llamarían hasta enero.
Pocos días después me llamaron para programar la cirugía ¡en 3 días! Automáticamente dije que no y argumenté las mimas razones. Después de colgar el teléfono pensé que había suficiente tiempo para la operación antes de partir a Mexicali, intenté todos los números conocidos del H. Civil viejo, me contestaban a menudo los sardónicos telefonistas sindicalizados, ni uno solo pudo comunicarme a cirugía general. Me resigné a operarme volviendo de mi viaje.

Me telefonearon a finales de enero, ya cuando planeaba ir a buscar personalmente al doctor. El mensaje fue, entre otros detalles -le hablamos para decirle que ya mero le vamos a hablar para operarlo-, esta suceso se multiplicó por 3, en esa tercera llamada me informaron que el doctor que me iba a operar no estaba más en el hospital y que requerían valorarme de nuevo, fui una vez y me revisó el que a todas luces era un principiante, estaba refocilándose con sus camaradas afuera del consultorio y ya casi listo a irse cuando la enfermera apresuró y forzó mi entrada, el doctor sin esperarme se sorprendió, no sabía quién era yo, me atendió como a paciente de primera vez, rato delante recordó mi caso, me explico que necesitaría un calzón suspensorio postoperatorio y una malla, y que debería de ir una vez mas para que el médico adscrito me valorara de nuevo Quise tantear al nuevo doctor haciéndole las misma pregunta que al que me vio por vez primera -¿Cuáles son los riesgos de la hernioplastía?- Balbuceó algunos datos anatómicos y de procedimiento sin embargo no supo, con precisión, los detalles, eso está en Wikipedia. Me fui a la casa desconfiado del doctor, y satisfecho al ver que al menos el asunto avanzaba después de un lapso de inmovilidad.

Pasó una llamada más del tipo le-llamamos-para-decirle-que-le-llamamos-luego y me apersoné en el hospital por enésima vez, esperaba que el adscrito fuera alguien de más experiencia y así lo parecía, también era impuntual, arrogante y soberbio como muchos otros doctores, lo más desconcertante fue que ni siquiera me saludó, me atendió en unos vestidores mientras chacoteaba con sus colegas, no me vio a la cara una sola vez, traté de iniciar alguna conversación mas a manera de protesta que de interés pero el remató con respuestas cortantes y monosílabas, palpó mi area púbica 3 segundos y se acabó, firmó unos papeles, y se fue sin decir nada. Era jueves, el doctor practicante me dijo que la cirugía sería el lunes a las 8 AM, -¿tan temprano?- pregunté, y contesto el doctor -está bien, vente a las 9- me dió recomendaciones generales y me fui a casa pensando que lo complicado ya había transcurrido.

Una de las indicaciones era llevar a alguien que viera por mi, familiar o amigo. La mejor opción fue Fernanda por estar de vacaciones, porque mi mamá andaría, por motivos de trabajo, en Lagos de Moreno y mi papá debía asistir a su trabajo. Llegamos puntuales al “distribuidor”, una especie de zona cupular común, un pabellón de la muerte muy al estilo de la segunda guerra mundial muy alto, antiguo, decorado con murales, fundado hace siglos por Fray Antonio Alcalde para dar atención médica a gente de escasos recursos muchas veces foránea, y aposento a sus familiares. Nadie nos esperaba. Pasaron 10 minutos y fui nombrado por la que, por su bata blanca, supuse era una doctora, su trato fue amable y juvenil, me sacó sangre para un nuevo y mas reciente examen de sangre y me dio a firmar varios papeles, la tradicional exclusión de responsabilidad que en pocas palabras dice “debido a la certera impredicibilidad de los medicamentos y e impericia usted puede incluso morir, pero si usted firma ya no será nuestra culpa en ningún caso” cabe mencionar que si esos papeles no son formados no hay acción médica, necesitan esa red de seguridad para explayarse agusto.
Sin embargo llamó más mi atención otro texto que decía palabras mas palabras menos: “El Dr. Carlos Navarro Wong me ha explicado detalladamente el proceso quirúrgico al que seré sometido, procedimiento, riesgos y recuperación, etc etc”. -Esto no es verdad pero sé que es obligatorio firmarlo- increpé serio. -No se preocupe, en seguida le comento al doctor que venga a hablar con usted- me contestó la Dra. El susodicho Carlos Navarro Wong fue el mismo que me había visto en un vestidor y emitido un diagnóstico inmediato y sin la mínima manera para tratar, no a un paciente, sino a cualquier persona. No creí eso, me asignaron cama y estuve allí con mi hermana por espacio de 2 horas, yo vestido, sin canalizar ni bata blanca.
El doctor Rodrigo Orranti, él era el practicante, me visitó y explicó las generalidades y riesgos de la cirugía, algo que noté no se hace regularmente, creo que la doctora que me había hecho firmar los papeles le había hecho saber de mi expresada inconformidad, su explicación fue detallada, sin prisa y satisfactoria. De cualquier manera yo había firmado que la explicación me la había dado Carlos Navarro Wong, lo cual es mentira.
Fui al baño del hospital, estaba sucio, no había papel higiénico ni agua caliente, ni se diga jabón y papel para secarse las manos, el piso estaba mojado y resbaloso por el jabón de quien en ese momento realizaba el aseo, esa persona parecía salida de otro mundo, del inframundo, un demonio menor con lentes de fondo de botella, por el aspecto daba más la impresión de ser un paciente psiquiátrico que un empleado de limpieza. Los lavabos no habían sido lavados por meses, tenían pelo podrido por doquier, ese era el baño de los enfermos.

Ya de regreso, me dijo una muy joven enfermera que me canalizaría pronto, me puse la bata de hospital y me alisté, cuando llegó no pudo atravesar mi piel, -que era muy gruesa- se quejó, tuvo que torcer la jeringa como taladro para pasar la aguja, me dolió mucho, ya me han hecho eso antes y nunca dolió así ¿novatez de la enfermera Guadalupe? No sé. Pasaron 3 horas mas antes de que me mandaran al quirófano en lo que tuve oportunidad de conocer un poco a mi vecino del lado izquierdo. Esta zona común del hospital es un recordatorio de la muerte, mezclan pacientes de diversas gravedades, entonces estoy yo con mi mal pero rodeado de personas con problemas mucho más serios, cánceres, diabetes, muchos de ellos terminales. Mi vecino de la derecha no era el caso, el mismo, podando un árbol, se había dado un machetazo en el brazo izquierdo. Platiqué con él, platica vana. El de mi derecha recién había sufrido una amputación de su pierna izquierda víctima de la diabetes. Dos camas a la izquiera estaba un dislocado del hombro, había sufrido un ataque epiléptico y caído. Esto es a la entrada de la sala (en mi caso la sala se llamaba Fortunato Arce), si uno se adentra al fondo, donde hay una capilla, se ve el horror, quemados, recién accidentados, debilitados por enfermedades crónicas, amputados, muchos de ellos con decenas de aparatos como respiradores artificiales, equipos de diálisis/hemodiálisis, monitores electrocardiográficos, etc. Familiares sollozantes, desesperanzados, abrazados a su paciente inconsciente, bien pude escuchar la llamada de una señora que decía: dice el doctor que no nos hagamos esperanzas porque es posible que de la noche no pase. Una imagen me quedó grabada, un muchacho de unos 20 años en su cama con la cabeza inflamada y ensangrentada y con al menos 5 familiares alrededor suyo rezando por él.

-Y así pasaron más de 2 horas. Pasó el camillero con rumbo a recoger y llevar a un paciente a quirófano y me dijo -sigues tu-, exhalé con tanta resignación como con la impaciencia después de la larga espera. Quince minutos después el camillero viene hacia mi, experimento un moderado vértigo. ¿Volveré? Me pasa de largo sonriendo -Que siempre no-. Esto último se repitió 2 veces. Cuando por fin vino por mi ya ni lo esperaba, eso volvió la espera menos tensa, pero la despedida con Fernanda, y el recorrido hacia la sale de operaciones viendo los techos de un viejo y descuidado hospital, no menos fantasmagórico, una muerte chiquita -¿y si este es mi último no-recordable momento?-.


Sala Preoperatoria

Llegué, me observo una enfermera baja de estatura, gorda, de unos 50 años, no me saludó. La indiferencia fue tal que imaginé que recibían el jamón para la pizzas “Entra el jamón de puerco ahumado, favor de pasarlo a disección de embutidos y prepararlo para las hawaianas y las meat lover´s”.
Mi reacción fue saludar con una sonrisa sincera -Buenas tardes- ella respondió de igual manera, lo cual fue afortunado.


Quirófano

Me trasladaron, ahora sí, al quirófano, nuevamente nadie saludó, ni yo a ellos. Seguía contrariado debido al trato, por qué se comportan así en los hospitales populares. Los doctores -mas bien practicantes- me ignoraban completamemte, yo buscaba un pretexto para, como estaba, echarles pota al primero que me diera razón, pero eso no pasó. Pero seguían entretenidísimos con la plática, los interrumpí secamente pidiendo detalles sobre la operación que ahora no recuerdo.
El anestesiólogo parecía un buen tipo, platicador, ameno y de ánimo contagioso. Al saber de qué trataba mi intervención comentó que veía con buenos ojos mi temprana y preventiva audacia, compartió un caso del que supo: Una señora tuvo una hernia en el ombligo desde joven, nunca la trató, 20 años después casada y con hijos tuvo una complicación seria, la hernia se estranguló. Esta es una emergencia médica, puede desencadenar peritonitis, septicemia, gangrena y muerte. Ella fue atendida, pero nada fue útil, dejó este mundo a los 35 años de edad.
Mi experiencia anterior con la raquea fue cuando mi rodilla derecha fue tasajeada en una sucursal de las Administradoras de la Muerte que la mayoría llaman IMSS. Allí un anestesiólogo que aparentaba experiencia tuvo que perforar mi vértebras ¡4 veces! ¡4 veces! ¡¿Estaba borracho o qué?! Al final yo temblaba de dolor y miedo.
Pero en el H. Civil la historia fue distinta, una sola vez fui inyectado, y casi no sentí dolor.


Cirugía

Algún sedante me han de haber dado sin yo percatarme porque aunque estuve conciente a todo momento el tiempo pasó muy rápido, noté, por ejemplo, que la puerta del quirófano no fue cerrada en el transcurso de la intervención quirúrgica. Recuerdo al cirujano adscrito (supongo Carlos Navarro porque sólo lo escuhaba pero no lo veía) describir lo que hacía a los practicantes, recuerdo que dijo cosas como -este blanco es el conducto espermático-, pláticas de fútbol y de la televisión. Me di cuenta de que Orranti tuvo nada o poco que ver con la cirugía, pero fue el único que al cabo de un rato me pregunto cómo estaba y me dio a conocer que estaban por terminar. Cinco minutos pasaron, Orranti se dirige a mi -terminamos-.


Sala Postoperatoria

Por efectos de la anestesia me era imposible mover los miembros inferiores, después llegó el frío. Tardé mucho en recobrar la movilidad de las piernas y por esa razón estuve largo rato con otras personas que de igual modo salían de quirófano, el trato de las enfermeras fue mejor y a lo lejos pude ver a la gente que estaba allí para verme, mis papás, Fernanda cuando se despidió, y Ana. Ya que pude mover los pies un poco se dispusieron a mandarme a mi cama. Los brutales camilleros son torpes o debieron de haberse entrenado cargando costales en alguna frutería, en el cambio de camilla atoraron mi rodila derecha ¡la operada! contra la pared, la anestesia hizo la situación casi indolora, no obstante me percaté del daño hecho.

Ya en mi cama pude ver quienes todavía me esperaban: mi mamá y Ana. Mi mamá salió a comprar algo para cenar para ella, platiqué un poco con Ana, como sé que andaba en camión le sugerí que se fuera porque si no podría quedarse varada y con la única opción de pedir un taxi. Ana se fue, volvió mi mamá, pasé una noche con poco dolor porque la enfermera de turno me aplicó un analgésico incluso antes de que el dolor llegara. Para suerte de mi mamá habían dado de alta al vecino de la izquierda (el del machetazo), pudo usar la cama para pasar la noche aunque debió compartirla con la esposa del epiléptico del hombro dislocado. Fue cuando tuve la ocurrencia de que mi madre había tenido su primera experiencia con otra mujer en la cama. Le platiqué a mi papá a la mañana siguiente cuando fue a visitarme y reímos.
Yo lo que menos quería era pasar otra noche en el hospital entonces esperaba que los doctores me revisaran y me dijeran que podía irme. Había estado en ayunas y había soñado una pizza margarita voladora. Para estos momentos tenía mucho dolor, sed y hambre. Ya la noche anterior me habían prohibido cenar. Aparecieron los doctores, dijeron que todo iba bien pero que sólo desayunaría líquidos lo cual no me gustó nada, también me dieron instrucciones de usar el calzón suspensorio que yo ya había comprado. A estas alturas seguía conociendo doctores “nuevos” que me habían operado. Después hice el conteo, 4 doctores diferentes se decían “mis doctores”, otros 4 más debieron estar en el quirófano en lo que parecía mas bien una cirugía en equipo para un trabajo escolar. Se comentaron algo entre ellos y el doctor Rodríguez determinó -será desayuno completo-. Confirmaron que podría irme en la tarde si todo seguía bien y se marcharon. Llegó el repartidor de desayunos, me miró, revisó una lista y ya se iba a pasar de largo cuando lo llamé y le explique que el doctor ya me había permitido desayunar de manera normal. -Pues no estás en la lista- se disculpó, me dió la esperanza de que si alguien rechazaba su desayuno me lo traería, lo cual consideré improbable, y continuó con los siguientes encamados. Pedí a mi mamá que me trajera algo del exterior del hospital, lo que está prohibido pero todos hacen, entonces ella me dejó solo. Minutos después llegó el de los desayunos explicando que alguien había declinado tomar el suyo, pero que era desayuno especial. De inmediato lo acepté, lo abrí y dedujé que era fat-free lo que no lo hacía muy apetitoso: cereal, un jugo de naranja y una pera. Casi terminaba el desayuno cuando llegó mi mamá con un gran sandwich, como mi hambre era grande lo deglutí sin problema. Estaba a medio sandwich cuando llegó de nuevo el de los desayunos con otro desayuno “normal” que había sobrado. Lo pensé un instante pero lo acepté y me lo comí. Fue demasiado y, por lo que me explicaron son los efectos residuales de la anestesía, sufrí del estómago a partir de ese momento y 2 días más, la sensación era de estar digiriendo piedras, dolores muy fuertes que conjuntados con la fiebre y sudore frío me mantuvieron casi en vela por 2 noches.
Mi madre se fue y regresó Fernanda quien se aburrió mucho de estar esperando mi alta. Las altas se dan a las 4 de la tarde pero el doctor no se apersonó. Hasta las 8 de la noche me dieron el alta, Fer pagó lo de la estancia en el hospital, me recetaron 3 medicamentos de los cuales uno ya no existe más porque se ha dejado de producir y nos fuimos a la casa.

Esa fue mi experiencia en el viejo Hospital Civil de Guadalajara.

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