Saturday, March 28, 2009

El inicio de la primavera


Los últimos vientos invernales resoplaban en esta joven primavera, esta apacible mañana, en estos multifamiliares, en este barrio viejo, en este iluminado departamento del cuarto piso. Al asomarme por la ventana observé al siniestro par de sicarios con uniformes de repartidores de pizza, el más alto entregaba un arma al otro para después fajarse la propia. Estaba seguro de sus intenciones desde el primer instante en que los vi, pensé alarmado y con la resignación de quien está ya en el patíbulo -¡Vienen por mi!-.
Giré a la izquierda y dí cuatro pasos para ver a través del ojal de la puerta, consciente estaba yo de que se percatarían de mi ubicación al ver la variación de luz del ojal desde el otro lado al alejarme de mi posición, anteriormente una experiencia, donde pude ver la habilidad en las artes amatorias de Pabis, me confirmó eso. Aún así decidí esperar detrás de la puerta con la desahuciada esperanza de que el par de sujetos no estuvieran buscándome.
Los toquidos resonaron en mis oídos como bombas, el tinnitus crónico que padezco se desvaneció al lado del estruendoso zumbido y confusión provocados por la adrenalina vertida en el torrente sanguíneo.
Cavilé. -¡¿Álvaro?! ¡¿Ontá Álvaro?!-
Desde la noche anterior no había divisado a mi hermano, pasivamente me dirigí a su habitación, la cama estaba destendida pero eso no significaba nada porque no solía tenderla. El baño era la segunda lógica elección para seguir buscando y mientras hacia allá me encauzaba me pregunté por qué después de decenas de segundos los toquidos no se habían repetido, ¿se habrán ido? ¿Estarán buscando la manera de entrar? ¿Tal vez tumbar la puerta?
Abrí la puerta del baño, mi hermano salía de la sección de la regadera haciendo la cortina a un lado y con una toalla en la cintura, ni él ni el suelo del mosaico estaban mojados, la regadera no dejaba caer una sola gota. Su rostro me pareció el de un hombre horrorizado, temblaba, hombre joven y atractivo cualquier otro día pero no hoy, en ese momento se veía amargadamente 10 años más viejo y 10 kilos más flaco. Encorvado se afianzó en el toallero, me lanzó una mirada cansada con párpados de plomo y enunció con dificultad: "Hermano..... ¡¿dónde has estado?!"